Marruecos, país de congostos.
A vueltas por Ouarzazate. Pistas, oasis y desiertos.
Escrito por Javier (Navegante), fechado el 14 de octubre de 2019.
La mañana se había despertado limpia, con cielos azules y temperaturas suaves. Estábamos todas esperando a que los riders fueran apareciendo por la puerta del hotel. El sol se alzaba en el horizonte y terminaba por abandonarlo, ascendiendo entre el azul del cielo. Mientras, las sobras que proyectábamos se acortaban sobre el suelo de asfalto del parquing según ascendía el sol en su celeste camino. Era ya tarde para lo que estamos acostumbradas cuando iban apareciendo los pilotos, Javier llego pasadas las 10, parecía que se le habían pegado las sabanas, pero de buen humor, coloco el navegador, la bolsa dentro del baúl y se fue a sellar el pasaporte y a recoger la botella de agua para el día.
- Ya tenemos todo, Blanquita, ahora solo resta partir. Hoy toca ruta circular, así que volvemos al mismo punto de partida.
Serian las 10:37 minutos cuando pasamos debajo del arco de hule hinchable que marcaba la salida. Entramos en la RN-10, para abandonarla y desviarnos por una calle ancha que terminaba enlazando con la RN-9 en una rotonda. Nada más tomar la carretera cruzamos el rio Asif Iriri, en la otra orilla un grupo de casas nos salieron al paso, en medio de ellas en una rotonda tomamos la P-1516 que abandonábamos en un desvío de izquierdas para tomar la P-1507, que se adentraba en una urbanización de calles desnudas de casas, las calles desoladas marcaban nuestro camino, después de unos 2,5 Km llegamos a otra rotonda donde acababa el asfalto y comienza la pista que da continuidad a la P-1507.
La pista ancha, muy uniforme de tierra compacta y piedras pequeñas se hace fácil de transitar y los primeros kilómetros vamos a buen ritmo, hemos recorrido apenas 5 kilómetros y tenemos un desvío que Nicasio de salta. Rodrigo y Javier esperan durante algún tiempo a Nicasio, pero no regresa, así que toman la decisión de seguir el desvío del roadbook. Tras una pendiente y unas curvas entre cemento y tierra, llegamos al cauce del rio Ait Douchen, al otro lado el Oasis de Fint, al que deberíamos de llegar, pero el cauce del rio está impracticable y no podemos vadearlo. El CP del día se ha adelantado y después del sellado, volvemos sobre nuestros pasos para retornar el camino de la P-1507.
Seguimos guiados por los postes de alta tensión, que recorren la árida meseta, a nuestra izquierda. Vamos subiendo lentamente en altura, pasamos ya los 1200 metros y el horizonte se eleva en montañas de rojas figuras y laderas desnudas. Vamos en 5 o 6 velocidad y como dice Javier "a puntita de gas para gastar poco". La pista enfila hacia las montañas y comienzan a aparecer curvas con algo de piedra suelta y cuestas que se desgarran por las pequeñas gargajeras que forman las aguas de lluvia a su paso por la carretera. Avanzamos a buen ritmo y Rodrigo nos espera de cuando en cuando, el paso de Javier ha mejorado y su confianza también, pero... despacio, que así da tiempo a ver y recrearse en el paisaje.
Llegamos a los 1586 metros en esta especie de sierra de tierra y piedras, poco después cruzamos el puente de cemento sobre el rio Ighls, a 1330 metros, a ambas partes se acumulan piedras arrastradas por la riadas que conforman el cauce del rio ahora apenas húmedo. Pasado el cauce volvemos a ascender y coronamos la otra vertiente del cauce con los 1517 metros. Cruzamos el alto, para adentrarnos en las laderas suaves del cauce del rio Ait Douchen. La bajada es hermosa, con las montañas rodeándonos y el cauce del rio lleno de vida serpenteando entre cerros, con luces de plata y ocre recortadas sobre el horizonte abrupto de montañas.
En la parte baja de la cuesta, paramos a hacer unas fotos. Nos alcanza el coche de Antonio y Susana, mientras bebemos y charlamos unos riders saludan a su paso. Terminamos la cháchara y seguimos camino. Son las 12 del medio día cuando nos encontramos con nuestro primer vadeo, el ir Ait Douchen a abandonado su lastimoso cauce del estío, para saltar marrón sobre el gris del cemento del puente. Con decisión pasamos el cauce, salpicando gotas de chocolate por todas partes, mientras al fondo, Susana y Antonio tomas fotos de nuestro paso por el vadeo.
Apenas cinco minutos después, volvemos a toparnos con el cauce del rio, esta vez desbordado y profundo. Las ruedas se sumergen casi hasta el eje y a borbotones salta el agua coloreada a nuestro paso, llenándolo todo de un ocre rojizo y espeso. Creo que aún hoy, después de varios días y de algún que otro lavado, sigo teniendo entre mis plásticos recuerdos del tinte del rio Ait Douchen.
Volvimos a cruzar el rio en nuestro camino paralelo a su cauce al menos otras dos veces, pero no tan profundo. Una sucesión de curvas, que repetían los meandros del cauce del rio, nos van acercando hasta Taznakht, donde encontramos el asfalto de la RR-108 y abandonamos la ribera del rio para empezar a ascender hacia las montañas que apenas unos kilómetros antes divisamos en el horizonte.
Las montañas desplegadas ante nosotros nos confinan el paso hacia el alto de Tizi N'bachkoun, con sus 1700 metros. La RN-10, por la que transitamos, nos hace avanzar ligeros, pocos vehículos y algún que otro burro que debemos observar para evitar cruzarnos en su obstinado camino. La suave mañana esta próxima a su fin para dar paso a un dulce medio día, mientras serpenteamos entre montañas y nos abandonamos a la contemplación de las laderas llenas de rocas, como apiñadas por el efecto del tiempo.
Cruzamos el rio Asif Iriri de nuevo, nada más cruzarlo tomamos desvío hacia la izquierda por la P-1505 que desemboca en unos huertos, salteados de palmeras. Llegamos a Amerzgane, donde al girar a la derecha para incorporarnos a la RN-9 y donde nos tropezamos con el amigo perdido, Nicasio esta presto a emprender la marcha y paramos a su lado, los riders comentan anécdotas brevemente y partimos todos juntos siguiendo la RN-9.
Teníamos que haber tomado el desvío a 5 Km de la salida del pueblo, pero un despiste al leer el roadbook, hace que avancemos y tengamos que desandar el camino, sumando 10 Km a este tramo. Salimos del asfalto para comenzar un camino, desolado, poblado de postes de luz y piedras, de una tierra blanquecina y de ocres pálidos, como descoloridos por el sol. A buen ritmo vamos pasando las pruebas que el camino nos somete, algún que otro despiste al seguir las huellas leves del camino, que a veces desaparece entre rodadas o gargajeras resecas, la lluvia parece que abandono estas llanuras hace tiempo, dejándolas yermas de plantas, un encanto desconsolado inunda mi electrónica, ahora expectante ante los retos del camino, pero siempre atenta al desierto de blancas formas que nos rodea. A los pocos kilómetros alcanzamos el asfalto en la P-1506, a la altura de Aït Ben Haddou. En la población entramos en un parquing cercano al rio El Maleh, en el que paramos a descansar, bueno los riders mejor dicho. Rodrigo, Nicasio y Javier desaparecen por un lateral de la plaza y nosotras quedamos allí, juntas, al sol de medio día y con los sueños de desiertos vírgenes y montañas encantadas en nuestros dormidos corazones de silicio.
Tiempo después, vuelven los riders, que entre bromas cumplen con el ritual de costumbre, guantes, cascos, navegadores y encaramarse a nuestras grupas. Un corto trayecto por el camino conocido nos lleva a un solitario restaurante al pie de la carretera. Allá volvemos a quedar, con una brisa de fondo y la ilusión de mas aventuras.
Después de una hora, van saliendo los riders, van tomando sus monturas y se precipita hacia la carretera a pocos metros. Nosotros también partimos y Javier parece algo preocupado, se ha erguido varias veces y se siente molesto, con voz un poco trémula me comenta:
- Blanquita no me encuentro bien del estomago y la comida a ido a empeorar las cosas, esta mañana ya me encontraba un poco mal, pero en fin, tendrás que seguir cuidando de mi, como de costumbre.
Avanzábamos por la carretera y el comentario de Javier me hizo muy feliz. Siento que confía en mi, a veces creo que sabe lo que estoy pensando, como si tuviera una conexión electrónica o inalámbrica con mi sintético cerebro.
Pocos eran los kilómetros que nos depararía el día de hoy, apenas 30, y estábamos en el aparcamiento del hotel. Javier como de costumbre recogió los dispositivos y la bolsa y se perdió entre las puertas acristaladas del hotel. No volvería a verlo hasta el día siguiente, quizás necesitaba descansar.